Contame algo lindo....

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23 enero, 2008

Estaba todo el mundo

En su "saga de los Anchorena", Juan José Sebrelli resume: "en el transfondo de la historia argentina desde la colonia hasta nuestros días, actúa siempre algún representante de la familia Anchorena, a veces (muy pocas) en papeles preponderantes, mucho más frecuentemente moviendo los hilos entre bastidores o recurriendo a un llamativo intermediario como Rosas, para ocultar su verdadero poder ante el resto de la sociedad". "Hubo Anchorenas en el Consulado y en el Cabildo durante la Colonia y después de la Revolución de Mayo, en el Ejército del Norte, en el Congreso de Tucumán, en el Directorio. Hubo Anchorenas con Rosas y, a su caída, con Urquiza. Hubo Anchorenas en el gobierno de Buenos Aires separado de la Confederación. Hubo Anchorenas con Mitre y después con casi todos los gobiernos, incluyendo los de Yrigoyen y Perón. Hubo también Anchorenas en las dictaduras militares de Onganía y Videla. Hubo Anchorenas en las presidencias de todas las grandes instituciones: Jockey Club, Sociedad Rural, Sociedad de Beneficiencia, Teatro Colón; hubo Anchorenas en las comisiones directivas de las principales sociedades anónimas, bancarias y financieras. Miguel Anchorena fue uno de los pocos argentinos que perteneció al Jockey Club de París. Un Anchorena se unió con la familia propietaria del diario La Prensa y una Anchorena es accionista de La Nación". Vale la pena detenerse en algunos tramos de la investigación de Sebrelli sobre los Anchorena, tomando a a quella familia como metáfora y síntesis de la "oligarquía" argentina. Dice Sebrelli: " Fabián Gómez y Anchorena, que vivió alrededor del 1880, se había hecho una fama tal de dispendioso que en la puerta de su palacio de Madrid se amontonaban los mendigos acosándolo cada vez que salía. Recurrió entonces a la treta de vestir a un mucamo con su ropa. Las aglomeraciones de mendigos alrededor del mucamo disfrazado de Anchorena eran tan grandes que una mañana apareció su cadáver en la calle, destrozado. Luego Fabián Anchorena llegó a institucionalizar la limosna, instalando una oficina donde cada semana los mendigos iban a cobrar un jornal. Su esplendidez adquiría las características de una destrucción ritual, cuando desde su yate tiraba la vajilla de oro al océano. Ser "un fabián" se había convertido en una expresión de argot de las clases altas para designar a sus jóvenes despifarradores. (Extraído de "Argentinos" de Jorge Lanata).


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