Las secuencias del primer acto y del segundo acto, ambas festivas, resultan brillantemente traducidas por la danza, con una coreografía que respeta el estilo clásico de la ópera. No resulta de igual modo en la escena "En la casa de campo", que por la índole íntima de la secuencia no permite un gran despliegue coreográfico. En cambio, en el último cuadro, estuvo muy bien resuelto el contraste entre la agonía de Violeta, con la corporización de la muerte y el desfile callejero instalado en el proscenio.
Deslumbrante es el vestuario, que merecería un capítulo aparte por la variedad de diseños y por el colorido, con el cual se representan las características de los personajes: los invitados, las gitanas, los toreros, los integrantes de la comparsa. La escenografía no se queda atrás para armar el marco adecuado al espíritu de cada una de las escenas.
La compañía corrió otro riesgo: la necesidad de darles carnadura a sus personajes por sobre las exigencias de la danza para aumentar el contenido dramático, que ya está presente, y en este caso acentuado, por la música. Y en este sentido, el Ballet Concierto respondió con gran nivel y permitió el lucimiento de algunas de sus figuras, como Ana Elizabeth Atúnez y el joven que conduce la comparsa.
Finalmente, los protagonistas: la actuación de Iñaki Urlezaga impone prestancia y talento al servicio de su personaje, esforzándose en marcar los matices conflictivos de la personalidad de Alfredo. Del mismo modo, Eliana figueroa, conmovedora en el papel de Violeta, se transforma con la danza en una etérea y frágil criatura que no puede vencer su destino.
Muy buen desempeño tuvieron las cuerdas y las maderas de la orquesta, que sonó muy precisa y contundente bajo la batuta de Luis Gorelik.
Una velada que se destacó por la envergadura de un espectáculo muy cuidado en su producción.
Susana Freire - La Nación
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