Contame algo lindo....

Contame algo lindo....
Para conocer relatos de barrio, de música, de nuestra historia y de quienes la forjaron....

25 octubre, 2008

Los Inmortales

A veces las oportunidades surgen de situaciones insólitas. Es lo que le ocurrió en 1905 a León Desbernats, francés de 26 años, radicado en la Argentina desde los 14. Trabajaba como jefe de la sección corbatas de la tienda Gath & Chávez y había incorporado a su rutina tomar un cafecito en un bar poco concurrido de Corrientes, entre Suipacha y Carlos Pellegrini. El lugar se llamaba Café de Brasil y en la vidriera ostentaba una foto del héroe brasileño de moda: el pionero de la aviación Santos Dumont. Con el tiempo, Desbernats se convirtió en parroquiano del lugar y entabló una relación con el dueño, Calixto Milano, quien le tomó confianza y le ofreció hacerse cargo del bar, donde sólo se servía café y nada más que café.
Para el francés, el cambio no era sencillo. Debía optar entre la seguridad del empleo como el de Gath & Chávez, que le permitía un ingreso periódico aceptable, o la aventura de un sueldo superior ( 90 pesos mensuales), pero en un bar que no figuraba en la preferencia de los porteños. De todas maneras, no tardó en contestar. Ya había asumido el riesgo de abandonar Francia cuando tenía 15 años y estaba preparado para los desafíos. Observó el lugar y sugirió hacerle algunas modificaciones. Don Calixto estuvo de acuerdo y León aceptó el empleo. Cambió de rubro y de destino.
En sus primeras semanas como gerente del Café de Brasil, recibió la visita de un grupo de jóvenes estudiantes universitarios. Le explicaron al mozo que no tenían dinero y se preguntaban si era posible tomar un café con leche (se llamaba completo) y pagar la cuenta más adelante. El mozo consultó con León, quien se acercó a la mesa de los estudiantes y les propuso atenderlos y fiarles, a cambio de que ellos promocionaran el café entre otros jóvenes. La estrategia de marketing funcionó de la manera más efectiva. En pocas semanas, el Café, al que todos conocían como el de Santos Dumont por la gran foto del aviador en la vidriera, se convirtió en el lugar de moda de los intelectuales. Escritores, anarquistas, políticos, escultores, artistas, pintores y periodistas poblaban las mesas del popular café, pero sin mezclarse. Cada grupo afín tenía su lugar. Hasta que alguien, ese alguien parece haber sido el escritor Alfredo Gerchunoff o su colega Florencio Sánchez, se le ocurrió, mirando la cantidad de celebridades que colmaba el recinto, que ese lugar debía llamarse "El Café de los Inmortales". El nombre parecía hecho a medida del bar.
Una tarde, el poeta Evaristo Carriego habló con el francés León y lo convenció: al día siguiente, el cartel que anunciaba "Café de Brasil" fue reemplazado por uno que indicaba "Café de los Inmortales". Entre las especialidades de la casa figuraba la de no molestar al cliente. Un parroquiano podía ocupar una de las mesitas redondas para 4 personas (apretadas), pedir un café y pasarse 2 horas o más en su mesa sin que ningún mozo lo empujara hacia la calle con la mirada. Algunos años después, un negocio que ofrecía sándwiches y pizzas, a 4 cuadras de Café de los Inmortales, que ya había desaparecido, decidió volver a utilizar el nombre. ("Historias insólitas de la historia argentina" - Daniel Balmaceda).

No hay comentarios:

Publicar un comentario