Contame algo lindo....

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03 octubre, 2010

La Gran Mayo

Hubo un tiempo, antes de la llegada del siglo XX, en que Buenos Aires no había polución, ni marquesina chillonas, ni fachadas irregulares, ni torres de cuarenta pisos.
Hubo un tiempo en que la única conexión del centro de la ciudad con el puerto (la principal puerta de entrada de gente, de mercadería, de sustento) eran las calles estrechas, oscuras y poco ventiladas del barrio colonial que se desplegaba desde las barrancas bajas del río hacia el Oeste.
Pero también llegó el tiempo en que la capital argentina, una nación poderosa y en la mira del mundo, necesitó tener una avenida, de esas al estilo parisino o londinense, donde no sólo la población pudiese "respirar", sino que sirviese además de vidriera y carta de presentación ante esos extranjeros que llegaban en hordas en barco a conocerla.
Así, el 9 de julio de 1894, tras una iniciativa que había sostenido el entonces intendente Torcuato de Alvear (que, paradójicamente, murió antes de ver concluida la obra) se inauguró la avenida de Mayo, de un poco más de mil metros de largo, que se convertirá en el epicentro de la vida cívica de los porteños y en símbolo de la unión de lo argentino con lo europeo, especialmente lo español.
Iba a llamarse 25 de mayo, pero finalmente el homenaje patrio no prosperó.
Comenzaba en la calle Bolívar, justo después de la Plaza de Mayo y frente a la Casa Rosada y terminaba en lo que luego sería el Congreso Nacional, abarcando en sus dos extremos los dos símbolos más fuertes del poder político argentino.
La avenida fue y es el lugar preferido para que el pueblo se manifieste: por ella han pasado desfiles militares, celebraciones patrias, carnavales, protestas, piquetes, presidentes recién asumidos y duelos nacionales. Pero es también un punto ineludible en los mapas de cualquier visitante que se precie, y un paseo que transforma a Buenos Aires en ese pedazo de Madrid que a todos les gusta descubrir.

Moderna y homogénea
Cuando Alvear fue a hablar con el entonces ministro del Interior, Bernardo de Irigoyen, le dijo que la ciudad necesitaba una avenida al estilo de las mejores del mundo. Pero, hacia 1885, las voces se alzaron en contra del proyecto: la opinión pública consideraba que era más importante completar las redes de agua corriente, los desagües y sacar los pantanales y los focos de infecciones que invadían el centro.
Finalmente, su plan se logró: se estableció que se armaría la avenida, pero "con fachadas de buen gusto y edificios que fueran aireados, cómodos y bien iluminados en su interior".
Tenían que ser homogéneos, como los parisinos y con alturas máximas de 24 metros. Después de destruir tres arcos del Cabildo y los cuarteles de Policía y Bomberos, se inauguró con pompa y circunstancia: sus adoquines eran de madera; hasta 1923 funcionaron mingitorios en sus esquinas y se instalaron las lámparas a gas, una modernidad.
Fue la primera de América en tener un subterráneo: el tramo Plaza de Mayo - Plaza Miserere de la línea A, cuyos vagones manuales aún circulan y encantan a los turistas, se inauguró en 1911. Todo un privilegio.
Desde 1997 es Lugar Histórico Nacional y se prohibe cualquier emprendimiento que altere fachadas o marquesinas sobre sus veredas de 6,5 metros de ancho.
Los edificios más altos siguen siendo el Barolo (con 18 pisos, sobre el número 1370) y el que actualmente pertenece al HSBC, sobre Chacabuco 29.
(Clara Fernández Escudero)

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